Villa romana de Arellano
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Inmune a las urgencias del tiempo, esta apacible explotación agrícola de época romana fue acumulando siglos de historia con la serenidad innata de los lugares donde el reloj parece haberse detenido. En sus muros hallaron cobijo lo cotidiano y rutinario, lo excepcional y trascendente y lo secreto y clandestino. Emplazada en el término de Arellano, las primeras noticias sobre el lugar se remontan a finales del siglo XIX, cuando de manera fortuita se localizó un mosaico octogonal dedicado a las Musas que fue trasladado al Museo Arqueológico Nacional. Excavada en distintos puntos por Blas Taracena a mediados del siglo XX, los trabajos sistemáticos, bajo la dirección de Mª Ángeles Mezquíriz, llegaron a partir de 1985 prolongándose ininterrumpidamente hasta el año 2000, siendo el año 2003 cuando la directora de las excavaciones publicó una extensa monografía, La villa romana de Arellano, fundamental para el conocimiento del lugar.
La villa de Arellano domina un pequeño valle, limitado al Sur y al Oeste por la sierra de Cortabaco y al Norte por las estribaciones de Montejurra. El paisaje, pese a las lógicas transformaciones, conserva la esencia y el aspecto que debieron tener estos terrenos en época romana. Un colorista mosaico donde los pequeños cerros poblados de encinas, robles y pinos se entrelazan con campos de labor entregados a los ancestrales cultivos de la tríada mediterránea: el cereal, la vid y el olivo.
El establecimiento en Hispania, a partir del s. II a.C., de grupos de población itálica fue el punto de partida de una profunda revolución rural. Llegaron, en su mayoría, veteranos de guerra a los que habían concedido tierras como pago a sus servicios que trajeron consigo nuevas técnicas de construcción, nuevos modelos arquitectónicos y un nuevo sistema de aprovechamiento del suelo. Un modelo de explotación conocido en el mundo romano con el nombre de villa, del que Arellano constituye un magnífico ejemplo.
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El lugar es también conocido como Villa de las Musas por el hallazgo del espectacular mosaico romano de las Musas. Esta obra de arte se encuentra en el Museo Arqueológico Nacional, pero es posible admirar una minuciosa reproducción en su ubicación original. Su denominación se debe a la representación de las nueve diosas y de sus maestros que lo protagonizan.
Los restos arqueológicos encontrados indican que esta villa fue construida entre los siglos I y V d.C. Las excavaciones han permitido diferenciar dependencias de los siglos I-III d.C vinculadas a la producción del vino, además de otras posteriores, que la convirtieron en lujosa residencia de campo relacionada con el culto a Cibeles y a su hijo y amante Attis. Entre los hallazgos más curiosos se encuentra un catavinos de cerámica, icono del museo.
La visita al conjunto se inicia en un edificio de moderna construcción. Una edificación de 2.411 metros cuadrados que acoge el núcleo principal de la villa. En la entrada se han instalado diversos paneles con información general, completados con atriles en puntos estratégicos del recorrido.
Una pasarela metálica facilita el acceso a las distintas dependencias. Desde ella, se puede distinguir grava de dos colores que marca las distintas etapas constructivas; así, el gris revela las estructuras de los siglos I a III d. C., y el rosa las de los siglos IV y V d. C.
Las fábricas más llamativas de la primera época son el "fumarium", una estancia en la que se envejecía el vino artificialmente a través del calor y el humo, y la Cella Vinaria o bodega, cuyo valor reside en haber conservado todos sus elementos de producción. Así, se exponen 15 dolias, tinajas destinadas a contener el vino con una capacidad media de 700 litros, y el altar de piedra, que recuerda la combinación de actividades dedicadas a la producción de vino y a las celebraciones religiosas.
Otra de las sorpresas de la villa es la cisterna de 3 metros de profundidad que se alimentaba principalmente por el agua de la lluvia. Su hallazgo tiene un carácter excepcional pues esta construcción era más típica de las zonas mediterráneas.
A la segunda época corresponden las estancias pavimentadas con mosaicos. Además del de las musas, existen otros dos, uno en un dormitorio y otro en el Oecus o sala principal, de 90 metros cuadrados. Ambos hacen alusión al culto a Cibeles y Attis.
En el exterior del edificio, y también correspondientes al segundo periodo constructivo, se pueden visitar el establo y el Taurobolio. Es éste un edificio porticado de planta rectangular que se articulaba entorno a un patio, en cuyo centro aparecieron aras grabadas con cabezas de toro.
El culto a Cibeles
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El culto a Cibeles, ya instaurado en Grecia, se introdujo en Roma a finales del siglo III a.C. Fue más tarde, en época de emperador Claudio, cuando se integró el mito de Attis en el calendario romano. A partir de entonces, se estableció en el mes de marzo la fiesta en honor de Cibeles y Attis.
Los mosaicos de Arellano
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Los mosaicos de la Villa de Arellano reflejan la influencia de los gustos orientales, tanto en el diseño y tratamiento de las figuras, como en la elección de los temas vegetales y geométricos. Es probable que fueran realizados en su totalidad por un mismo equipo, circunstancia que explicaría la presencia de esquemas decorativos comunes. Un maestro procedente de algún taller importante realizaría los emblemas y unos ayudantes locales se encargarían de los motivos geométricos. Las composiciones abigarradas, sin dejar espacios libres, son un rasgo característico de los mosaicos de época tardía.
Taurobolium
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El poeta calaguirritano Prudencio(siglo IV a.C.) describe detalladamente los ritos de la ceremonia: La persona que debía recibir el taurobolio entraba en una fosa cubierta con un suelo agujereado. Se conducía al toro sobre el suelo y se le sacrificaba hundiendo en el pecho del animal un largo cuchillo. La sangre que salía se colaba en la fosa cubriendo al devoto que se encontraba debajo. Después el iniciado salía de la fosa y se presentaba delante de la gente como un ser nuevo..
Posiblemente, antes del sacrificio, tenía lugar una procesión con música, en la que participaban los adoradores de Cibeles, figurando en primer lugar los destinados a intervenir en el taurobolio.
Todas estas prácticas debieron continuar en Arellano hasta el siglo V. La aristocracia romana, refugiada en sus villas, sería la conservadora de los valores religiosos tradicionales como reacción a la política de los emperadores cristianos.
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Fotografías de Villa romana de Arellano
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